«Esto sólo lo puede hacer una japonesa«, dijo una amiga diseñadora cuando le enseñé las ilustraciones de Miyuki Sakai. Y algo de razón tenía. No sé sí los no nacidos en el país del sol naciente estamos incapacitados para llevar a cabo esta clase de tareas, pero estamos convencidos de que los alucinantes dibujos de Sakai reflejan la minuciosidad, el refinamiento y el amor por lo bien hecho de la mejor cultura japonesa.
Miyuki no necesita lápiz, tinta u ordenador para sus retratos de comida, sino una máquina de coser, hilos de colores y tela blanca. Con ellos retrata dibuja platos, alimentos, instrumentos de cocina, menaje de mesa o productos de supermercado, en un ejercicio artístico tan laborioso como único.
«Sólo uso aguja de puntada recta con la máquina e hilo de coser normal», explica por mail desde San Francisco, ciudad donde reside. «La máquina va haciendo puntadas mientras yo muevo la tela libremente. De esta forma el trabajo tienen una apariencia mecánica y artesanal a la vez. Las capas de hilo fino crean colores intensos y una sensación cálida a la vez».
Para hacer una ilustración de tamaño B4, Miyuki suele tardar dos días. Primero dibuja un boceto en papel, y después lo calca en la tela con papel carbón. Empieza a coser primero con colores claros, y termina pintando los contornos con oscuros. Además de hilo y máquina, en su taller nunca faltan tiritas: esta clase de ilustración puede ser un trabajo de alto riesgo. «Recomiendo a todos los que lo intenten que las tengan a mano. Es broma, pero a veces la aguja te pincha los dedos si no te portas bien con la máquina».
Natural de Osaka, Miyuki empezó a crear imágenes cosidas cuando estudiaba en una escuela de arte de Kyoto. «La clase iba de encontrar un tu propio método de expresión. Un día vi a la máquina de coser de mi madre en su taller (ella es modista profesional) y pensé que podía ser una buena idea usarla para dibujar cuadros».
Aunque buena parte de sus labores giran en torno a la comida, Miyuki no se ve a sí misma como una chiflada de la gastronomía. «No soy una foodie«, asegura. «Pero San Francisco es definitivamente una ciudad foodie. Mi marido y yo vamos a los mercados de toda la ciudad y cenamos fuera cada viernes. Nunca me canso de ello«.
Desde luego, sus ilustraciones dan hambre.